Parábolas. Jesús no solo habló de amor… lo vivió. Y una de las
parábolas que mejor ilustra el amor práctico, compasivo y sin barreras es la
del Buen Samaritano. Esta historia, que encontramos en Lucas 10:30-37, ha
tocado corazones por generaciones porque confronta lo más profundo de nuestro
ser: nuestra capacidad (o falta de ella) para amar al prójimo más allá de
títulos, religiones o apariencias.
En un mundo que nos empuja a dividir, etiquetar y evitar
el sufrimiento ajeno, Jesús nos reta a cruzar la calle por los heridos, a
detenernos por los que otros han ignorado, a poner manos a la obra y corazón en
la ayuda. Porque no basta con “saber” lo que es correcto… hay que vivirlo.
1. El amor verdadero ve la necesidad, no la nacionalidad
La parábola comienza con un hombre que ha sido asaltado y
dejado medio muerto en el camino. Pasa un sacerdote, luego un levita, ambas
figuras religiosas de prestigio… y siguen de largo. Luego pasa un samaritano,
un hombre que, según las normas sociales de ese tiempo, debía despreciar al
judío herido. Pero es él quien se detiene, se acerca, cura sus heridas y lo
lleva a un lugar seguro.
📌 LEER TAMBIÉN: La Parábola del Dueño de la Casa: Una Llamada a Estar Siempre Alertas (Marcos 13:33-37)
Jesús enseña aquí una verdad revolucionaria: el prójimo
no es el que se parece a ti, sino el que te necesita. No importa de dónde
vengas, qué creas o a qué religión pertenezcas… el amor real no tiene fronteras
ni condiciones. Es en los gestos desinteresados donde más brillamos como hijos
de Dios.
2. Ser compasivos es más importante que parecer
religiosos
El sacerdote y el levita representan a muchos que, aunque
llevan títulos o conocimientos, no tienen compasión. Pueden citar la Ley, pero
no la viven. Es fácil saber lo que Dios quiere… lo difícil es aplicarlo cuando
nos incomoda.
La compasión es el corazón de Dios en acción. No basta
con asistir a una iglesia o conocer la Biblia si no podemos ayudar al herido
del camino. Jesús nos recuerda que la verdadera fe se mide en cómo tratamos al
más necesitado, no en cuán alto levantamos nuestras manos los domingos.
3. El amor cuesta, pero transforma vidas
El Buen Samaritano no solo se detuvo, se involucró. Usó
su aceite, su vino, su dinero, su tiempo, y arriesgó su propia seguridad. El
amor siempre implicará un sacrificio. Pero cada acto de compasión tiene el
poder de sanar, de levantar y de restaurar.
Hoy más que nunca, necesitamos samaritanos que no pasen
de largo. Que interrumpan sus agendas por amor. Que no se pregunten “¿qué me
pasará si me detengo?”, sino “¿qué le pasará a él si no lo hago?”. Esa es la
diferencia entre una vida egoísta y una vida como la de Jesús.
📌 LEER TAMBIÉN:
Sé tú el prójimo que el mundo necesita
Al final de la parábola, Jesús le dice al intérprete de
la ley: “Ve, y haz tú lo mismo”. No es una sugerencia. Es un llamado urgente a
vivir un cristianismo real, tangible, comprometido. Jesús nos invita a ser
prójimos con las manos extendidas, los corazones abiertos y los ojos atentos.
Hoy, tú y yo tenemos la oportunidad de vivir esta
parábola en nuestro entorno: en la calle, en el trabajo, en casa, en la
iglesia. Hay heridos por todas partes. ¿Serás tú quien se detenga?
Que nuestro amor no se quede en palabras. Que se convierta en acción. Porque
cuando amamos como el Buen Samaritano, amamos como Jesús.
¿Te conmovió esta enseñanza? Compártela y sé parte de una
generación que ama como Cristo.
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