En una escena que
parece arrancada de los libros de profecías, la isla paradisíaca de Maui se ha
sumido en una pesadilla ardiente, dejando a su paso desolación y dolor. La
tragedia, como una tragedia apocalíptica, se ha cernido sobre esta tierra de
ensueño, arrasando con todo a su paso y dejando cicatrices en el alma de Hawái.
El gobernador Josh
Green, con la voz entrecortada por el peso de la tristeza, nos advierte que el
número de víctimas no ha alcanzado su punto final. Las operaciones de búsqueda
y rescate continúan incansables, pero cada descubrimiento doloroso nos recuerda
la magnitud de la tragedia que ha caído sobre nosotros.
En medio de las llamas
voraces, al menos 80 corazones han dejado de latir, y sus historias se han
fundido en las sombras de esta desgracia. Además de más de mil personas desaparecidas. La ciudad de Lahaina, antes un
refugio de risas y alegría para los visitantes, ahora está envuelta en un
lamento silencioso. Los fuertes vientos de la tormenta Dora, una fuerza
indomable de la naturaleza, se aliaron con el fuego en un baile mortal que
arrasó con sueños, hogares y esperanzas.
Los incendios, avivados por el aliento han consumido vecindarios enteros hasta reducirlos a cenizas. Calles que alguna vez resonaron con la vida ahora están cubiertas con el manto humeante de lo que una vez fue. Cada estructura calcinada es un eco de vidas destrozadas y futuros arrebatados.
En esta oscuridad,
surgen los héroes: bomberos valientes y voluntarios dedicados luchan contra el
fuego despiadado con determinación inquebrantable. Cada esfuerzo, cada gota de
sudor, es un recordatorio de la resiliencia humana frente a la adversidad más
abrumadora.
Mientras el humo se disipa y las cenizas se asientan, el dolor persiste. Las cifras de los desaparecidos, alrededor de mil almas, se agarran a nuestro corazón con un nudo de incertidumbre. La esperanza se entrelaza con el temor, ya que las líneas de comunicación caídas mantienen a seres queridos fuera de nuestro alcance. Pero en medio de la incertidumbre, mantenemos la fe en la humanidad y en la capacidad de sobrevivir y reconstruir.
Hoy, con lágrimas
en los ojos y el corazón roto por las pérdidas, elevamos nuestras voces en un
coro de solidaridad. Que los sobrevivientes encuentren consuelo en
el abrazo amoroso de la comunidad. Que de las cenizas surja la fuerza para
reconstruir lo que ha sido perdido.
Que estas palabras
actúen como un abrazo cálido para aquellos que están en medio de esta
oscuridad, y que la luz de la esperanza brille en sus corazones una vez más.
¡Unidos en oración por Hawái!
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