A veces, las
circunstancias de la vida nos empujan al borde del quebranto. Las pruebas, las
decepciones y las luchas pueden intentar rompernos. El mundo puede parecer
implacable, pero como hijos de Dios, debemos recordar que no fuimos hechos para
quebrarnos bajo el peso de las dificultades. Al contrario, nuestro quebranto
debe ser reservado para un lugar especial: la presencia de Dios.
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Cuando nos quebrantamos en Su presencia, no es una señal de debilidad, sino de confianza y fe. Es decirle a Dios que comprendemos que no podemos con nuestras fuerzas, pero que en Sus manos somos restaurados y sanados. Quebrantarse delante de Él es reconocer Su grandeza y permitirle obrar en las áreas más profundas de nuestro ser. El mundo quiebra para destruir, pero Dios nos quebranta para transformarnos, moldearnos y hacernos nuevos.
Hoy, en lugar de
quebrarte por las cargas que llevas, llévalas al altar y permite que sea Dios
quien te restaure. ¡Ven a Su presencia y experimenta el poder sanador de Su
amor!
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